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Plátanos rellenos | receta familiar tuxtepecana

Yolanda Peach

Hace un año murió mi padre, Ángel Pérez García, en su honor, quise compartir esta receta familiar. Su favorita.

Su padre, el abogado Heliodoro Pérez Pacheco, fungió como juez durante una época de su vida, lo que lo llevó a vivir en diferentes partes de la entidad.

Así, gran parte de la niñez de mi padre la vivió en Tuxtepec, donde su madre, Guadalupe García, le preparaba estos plátanos rellenos.

Ella murió cuando mi papá tenía 28 años. A la distancia pienso que saborear este platillo lo hacía sentirse cerca de su madre, como ahora me pasa a mí con él.

Era de amigos entrañables, a los que procuraba visitar. Se casó a los 39 años. En alguna ocasión viajó con mi mamá a Tuxtepec y visitaron a una familia amiga, ella pidió la receta.

“Me llevaron directamente a la cocina y me instruyeron paso a paso, mientras yo lo preparaba”, me contó ella después.

Es una receta sencilla, pero no por eso, deja de ser deliciosa.

Se utiliza plátano macho, el número varía de acuerdo al tamaño de la fruta y la cantidad que se quiera preparar, de preferencia, debe estar bien madura, queso fresco, frijol molido y aceite.

En una cazuela de buen tamaño, se pone a hervir el plátano, que previamente se cortó en trozos.

Una vez que está cocido, se escurre el agua y, ya sea que se deje enfriar, o que se pase a agua fría para no quemarse.

Se le quita la cáscara y se machaca, hasta que quede con una consistencia cremosa.

Luego, con la mano, se toma un poco y se le dará forma de una tortilla pequeña, se pone en el centro un poquito de frijol y de queso; enseguida, se cierra para que quede en forma de bolita o de molote.

Cuando está listo todo, se fríe en aceite hirviendo, después se escurre el exceso y ¡listo! a disfrutarlo.

Por lo general mi mamá lo servía acompañado de arroz y alguna carne, acompañaban algún plato principal o simplemente se comía solo.

Mi papá nació en 1931, así que su educación no incluyó la cocina; sin embargo, unas semanas antes de morir, me sugirió que le pidiera a mi hijo, chef, que preparara platanitos y entonces, me recitó la receta, “es muy fácil, aunque no a todos les sale bien”.

Ya no supe si la aprendió de ver a su mamá o de observar a la mía, porque esas últimas semanas estuvo inapetente, así que mi mamá los preparaba porque sabía que no se resistía a ese platillo.

Con el tiempo, descubrí que un platillo casi idéntico, lo preparan en el Istmo. La variante que a la masa de plátano le agregan azúcar, no le ponen frijol y utilizan cualquier tipo de queso, puede ser quesillo o queso crema, y para comerlo, le ponen encima crema agría y queso fresco. Otros le agregan sal al agua o, incluso, le ponen pan molido antes de freír.

Ese sabor que fusiona lo dulce y salado, la textura, su aroma, vuelven a los plátanos rellenos un platillo irresistible; en lo particular, me trae muchos recuerdos, no sólo de mi papá, también de mi mamá, de ese amor que se tenían, esa complicidad incorruptible, las risas, las bromas, la fiesta.

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