♦ Yolanda Peach | Leche con tuna
La historia de la nieve artesanal oaxaqueña empezó en una olla de barro, con leña encendida y dos sabores: vainilla y limón. Esa memoria que se remonta a 1830 fue el punto de partida de la ponencia de Pedro Manuel Velasco Cuevas, de La Santa Nieve y quinta generación de una familia que convirtió un oficio cotidiano en un patrimonio cultural.
Pedro Manuel abrió su participación con un recorrido genealógico y técnico que explicó cómo un saber familiar se volvió referente nacional.

La tradición que reconocen miles de oaxaqueños comenzó con Carlota, su tatarabuela, quien preparaba nieve en ollas de barro, usaba leche bronca, huevo y vainilla.
Su técnica pasó después a sus hijas, entre ellas, Anacleta y de ahí a una familia numerosa, donde cada descendiente aprendió a batir, congelar y dar textura.
En ese tiempo, la nieve comenzó a abrirse paso en espacios públicos: primero en la Alameda de León, en los puestos más antiguos del centro, donde la receta empezaba a perfumarse con nuevos sabores.

En 1860, con la segunda generación, apareció el sabor que marcaría época: leche quemada, acompañada de los barquillos, pequeños conos que se volvieron sello de identidad.
La tercera generación, encabezada por Consuelo y José, mantuvo vivo el oficio familiar y lo llevó a nuevos barrios de la ciudad.
Después llegó la cuarta generación, representada por Ángela Cuevas y Manuel Velasco, quienes llevaron la nieve al ritmo de la modernidad: camionetas, trimotos y rutas escolares que, por décadas, hicieron que miles de estudiantes conocieran sus sabores afuera del Carlos Gracida, la Secundaria 1, la 14, la 85, la 115 y más.
Aquella época marcó un hito: la familia llegó a servir nieve a diversos presidentes de la República. Y en 1957 nació el puesto Nieves Malono, que se mantiene hasta la actualidad.

Pedro Manuel, al frente del negocio familiar, mantiene la tradición con la misma seriedad con la que sus antepasados la iniciaron. Uno de los logros que compartió con los asistentes fue el Premio Internacional a la Cultura Ancestral, reconocimiento que distingue la labor de mantener viva una técnica artesanal que sobrevive a los procesos industriales.
Durante la ponencia, uno de los integrantes de La Santa Nieve realizó una preparación en vivo.
La garrafa giró contra el hielo con sal; la mezcla tomó cuerpo; el público observó cómo emergía la clásica leche quemada con tuna, una de las fórmulas más representativas de la casa.
Minutos después, los asistentes la probaron junto con nieve de tuna, mientras Pedro Manuel explicaba detalles técnicos como la importancia de mantener el hielo a –17 °C.
La participación de La Santa Nieve fue una lección sobre herencia, memoria y oficio. Cada generación sumó algo: un nuevo sabor, una técnica distinta, un espacio para vender, un modo de acercarse al público.
Y así, entre historia y cucharadas, quedó claro que la nieve artesanal de Oaxaca es una tradición sostenida por familias que han dedicado casi dos siglos a perfeccionarla.




