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Guerreros de Zautla: El ritual del guajolote

Guajolotes sacrificados, guerreros ancestrales y un pueblo que desafía el olvido: la fiesta de San Andrés Zautla

Yolanda Peach | Leche con tuna

Un rito de iniciación para jóvenes guerreros sobrevive siglos de historia, de conquistas, transformaciones sociales y religiosas. Una tradición dedicada a honrar las deidades prehispánicas, actualmente se celebra con fervor bajo el nombre de la festividad del Dulce Nombre de Jesús.

Cada tercer fin de semana de enero, un legado ancestral revive en las calles de San Andrés Zautla. Una celebración de la memoria colectiva de este pueblo zapoteco, que a lo largo de los siglos logró fusionar lo ancestral con lo contemporáneo.

La investigadora Miriam López Garcés explica que la festividad del Dulce Nombre de Jesús es una fusión de dos culturas. “Es una mezcla de lo que fuimos y lo que somos”, afirma.

A lo largo de los siglos, la tradición ha mantenido elementos prehispánicos que se integraron con las costumbres religiosas tras la llegada de los españoles.

“El guajolote, que antiguamente era el símbolo de la guerra, ahora, al menos para nosotros, es un manjar en el caldo de guajolote”, comenta. De esta manera, los habitantes de Zautla mantienen vivas las tradiciones ancestrales mientras se adaptan a las transformaciones que ha sufrido la comunidad.

Meses de trabajo para la gran fiesta

Los que integraron la cofradía 2023 – 2024 iniciaron los preparativos desde meses antes. Sembraron hectáreas de un terreno donado y vendieron la cosecha para obtener recursos.

En la organización de esta fiesta se destacó la cofradía 2023-2024, conformada por 20 cofrados en total, encabezados por el alcalde Concepción María López Garcés, los fiscales Lorena Hernández Martínez y Andrés Hernández Hernández, así como los secretarios Martha López Chávez y Mauricio Félix López. También participaron los vocales Sirenia Hernández Martínez, Alan Hernández Martínez, Gabriela Lázaro Montes y Bulmaro Chávez Santiago.

Días antes del evento central, desde el jueves 18 de enero del 2024, las cocineras del pueblo se reunieron en la casa de la mayordoma, donde comenzaron con la preparación de los platillos que se compartirían durante la festividad.

Ese día ofrecieron salsa de chicharrón con frijoles, y más tarde, bisteces con papa y frijoles, mientras los adornos de la casa de la alcaldesa, Concepción María, se ultimaban para recibir a los asistentes.

Estos primeros platillos fueron el preámbulo de una serie de banquetes que se sucedieron durante los días de la fiesta, donde el trabajo conjunto de las cocineras fue fundamental para que todo estuviera listo para los miles de participantes que llegaron a Zautla.

El viernes 19 de enero, mientras los preparativos avanzaban, el espíritu de la comunidad se hacía sentir en cada rincón del pueblo. Durante esa jornada, las cocineras continuaron con su labor en la casa de la mayordoma.

En esta ocasión, el menú consistió en un caldo de calenda, que se ofreció a todos los que comenzaban a reunirse para la festividad. El aroma de las hierbas frescas y la calidez del caldo anunciaban el inicio de un fin de semana lleno de tradición, fe y comunidad.

Las cocineras desempeñan un papel fundamental en la festividad, ya que son las encargadas de preparar la comida que alimenta a toda la comunidad.

Aunque este trabajo se realiza de manera gratuita, las cocineras lo hacen con un profundo sentido de compromiso y devoción. Juana Cruz Aquino, una de ellas, explicó: “La cocinera es la que se encarga de toda la comida, el mole, la sopa y el arroz, de eso se encarga la cocinera, de que todo esté hecho y de que coma toda la gente”.

La cofradía invita a estas mujeres a participar, y durante los días de la festividad, ellas prácticamente viven en las casas de las mayordomas, donde trabajan desde la madrugada hasta muy entrada la noche. Cocinan en conjunto para que todo esté listo para los miles de asistentes.

Flores, luces y devoción

Marca el inicio formal de la festividad el sábado 20 de enero. A las 4 de la tarde, el pueblo se reunió para el convite de flores, una tradición que, además de dar color y vida a las calles, simboliza el comienzo de un camino que llevará a la comunidad a la celebración de su fe y sus costumbres. Una invitación alegre y cálida, un primer paso hacia la calenda de luces, que se realizó a las 9 de la noche.

Antes de que la procesión diera inicio, las cocineras alistaron los primeros platillos del día. Durante la mañana, se sirvió el tradicional verde, un guiso elaborado con ingredientes frescos que honra la cocina tradicional de la región.

La calenda de luces, uno de los momentos más esperados, fue un desfile iluminado por faroles y luces de colores que recorrió las calles del pueblo. El sonido de la música resonó por todo Zautla, mientras los pobladores bailaban y cantaban al ritmo de la fiesta. Un acto simbólico donde se fusionan las tradiciones prehispánicas y la devoción religiosa.

Durante la mañana del domingo, las cocineras continuaron con su labor. Para el desayuno, prepararon salsa de costilla, acompañada de atole champurrado.

En la tarde, las cocineras siguió el laborioso trabajo de preparar la comida para el pueblo: una sopa caldosa y un delicioso mole negro con arroz, que son servidos a los asistentes. La festividad continuó con el Rosario en la capilla del Dulce Nombre de Jesús, programado para las 8 de la noche.

La comunidad se congregó en la capilla para rendir homenaje a la imagen del niño Jesús, que en Zautla se venera como un niño de entre 10 y 12 años.

Después del Rosario, se sirve café y pan, un acto de hospitalidad que da paso a una de las tradiciones más esperadas de la fiesta: la quema de juegos pirotécnicos. La noche se ilumina con el estallido de los fuegos artificiales, que elevan las oraciones y los deseos de la comunidad al cielo.

Miriam López Garcés también hace énfasis en los momentos de riesgo que atravesó la festividad del Dulce Nombre de Jesús. A lo largo de los años, varios grupos dentro de la comunidad intentaron preservar la celebración frente a las dificultades económicas y sociales.

“La misma festividad ha estado en riesgo, varios grupos de la comunidad han tratado de que la festividad no muera”, comenta la investigadora. Afortunadamente, la determinación de la comunidad llevó a que se encontrara una solución: la donación de un terreno hace 300 años, que fue otorgado a la Cofradía por un hacendado.

Este terreno, que hoy alberga el templo del Dulce Nombre de Jesús, fue un acto clave que permitió que la festividad no desapareciera. “Aquí en Zautla es lo más grande que tenemos: la protección del Dulce Nombre de Jesús”, asegura.

El baile del guajolote

La festividad alcanzó su punto culminante en la madrugada del lunes 22 de enero, cuando los vecinos de Zautla se reunieron para cantar las mañanitas al Dulce Nombre de Jesús.

A esta hora, los niños y adultos del pueblo ya están listos para participar en uno de los momentos más emblemáticos de la celebración: el baile del guajolote. Los guajolotes, que en tiempos prehispánicos eran símbolos de la guerra, se convirtieron en el alma de la festividad.

Los niños, algunos con guajolotes de papel o artesanales, y los adultos con guajolotes vivos, bailaron por las calles al ritmo de la música, evocan los antiguos ritos de paso de los guerreros zapotecos. Un homenaje a los ancestros que practicaban estos rituales.

Miriam López Garcés destaca la importancia de consagrar a los niños a la imagen del Dulce Nombre de Jesús, una figura que representa a un joven de entre 10 y 12 años en Zautla. “Cada año consagramos a los niños, a la imagen del Dulce Nombre de Jesús, que acá en Zautla es un jovencito”, menciona la investigadora.

Este acto simboliza la conexión entre las generaciones pasadas y presentes, ya que la festividad además de honrar a la figura religiosa, revive las tradiciones de iniciación a guerreros, donde los jóvenes de la comunidad eran preparados para enfrentar los desafíos de la vida.

Después del baile, a las 2 de la tarde, se celebró la misa de función en honor al Dulce Nombre de Jesús. Tras la ceremonia religiosa los hombres del pueblo se preparan para un ritual que forma parte esencial de la festividad: la preparación del caldo de guajolote.

Antes de sacrificar cada guajolote, se realiza un ritual que honra a la madre tierra y a las deidades del pueblo. En la víspera de la preparación del caldo, se marca una cruz en el suelo, y los cofrados se acercan a bendecirla.

Con respeto y devoción, se rocía mezcal sobre la cruz, y en ese mismo lugar, se derrama la primera sangre del guajolote, como ofrenda a la tierra.

Este ritual tiene un profundo significado espiritual, ya que se cree que al ofrecer la sangre, se asegura la bendición de la comunidad y el equilibrio con los espíritus.

Los guajolotes que se sacrifican deben tener al menos un año de vida, con un peso de entre 6 y 10 kilos. Además, se seleccionan cuidadosamente, ya que deben ser criollos, lo que significa que no se aceptan aquellos con doble pechuga, considerados de crecimiento irregular.

Solo aquellos que cumplen con estos requisitos son elegidos para formar parte de este rito sagrado, que se lleva a cabo con la seriedad y el respeto que requiere la tradición.

Los hombres, encargados de la cocina durante la fiesta, se ocupan de hacer el caldo de guajolote. Lorenzo Velásquez Martínez, cocinero tradicional y encargado de la preparación del caldo de guajolote, compartió con orgullo cómo se lleva a cabo este ritual culinario tan importante para la festividad.

“Me da mucho orgullo hacerlo, es un trabajo especial”, comentó. El proceso comienza con el sacrificio de los guajolotes, los cuales se sumergen en agua hirviendo para retirar sus plumas.

Luego, la carne es destazada y seleccionada cuidadosamente, mientras se prepara el caldo con una mezcla de hierbas y especias que le dan su sabor único. “El caldo lleva miltomate, ajo, cebolla, perejil, tomillo, clavo, pimienta y orégano», explicó. Este caldo, que cocinó durante horas junto a sus ayudantes, es una obra colectiva que simboliza la unidad y el esfuerzo de toda la comunidad.

La investigadora también señala que el contexto de la festividad tiene una fuerte relación con las creencias ancestrales de la comunidad. “Aquí pedimos permiso para todo, se hace la cruz, el Dulce Nombre de Jesús, pero también se evoca a nuestras deidades antiguas”, señala Miriam López Garcés.

La mezcla de lo religioso y lo ancestral es una parte fundamental de la celebración, y se realiza un proceso ritual que involucra desde la matanza de los guajolotes hasta la forma en que se prepara la comida.

Concluye el ciclo anual

El martes 23 de enero, último día de la festividad, fue el momento del cierre formal del ciclo anual. Se celebra la misa de consumación y el cambio de varas, una ceremonia que marca la transición entre las cofradías salientes y las entrantes.

Las cofradías, que están conformadas por un grupo de hermanos encargados de la organización de la fiesta, juegan un papel crucial en la preservación de la tradición.

Los vecinos del pueblo, que fueron testigos del esfuerzo colectivo durante los días anteriores, se acercan a la casa de la mayordoma para comprar el caldo de guajolote que quedó. Este acto representa la oportunidad de llevarse un pedazo de la fiesta a casa, así como la continuidad de una tradición que ha sido transmitida con cariño y esfuerzo.

Un legado que perdura

La Fiesta del Dulce Nombre de Jesús se transforma así en más que una celebración religiosa; es un testimonio de la resistencia cultural de un pueblo que sabe honrar sus raíces a lo largo de los siglos.

En cada paso de baile, en cada guajolote servido, en cada canto, los habitantes de Zautla mantienen vivo un legado ancestral que sigue marcando el rumbo de la comunidad. La festividad, que comenzó como un ritual de iniciación para jóvenes guerreros, actualmente es un acto de fe, unión y memoria, en el que Zautla, abraza el pasado y el presente cada tercer fin de semana de enero. La Fiesta del Dulce Nombre de Jesús se transforma así en más que una celebración religiosa; es un testimonio de la resistencia cultural de un pueblo que sabe honrar sus raíces a lo largo de los siglos.

En cada paso de baile, en cada guajolote servido, en cada canto, los habitantes de Zautla mantienen vivo un legado ancestral que marca el rumbo de la comunidad. La festividad, que comenzó como un ritual de iniciación para jóvenes guerreros, actualmente es un acto de fe, unión y memoria, en el que Zautla abraza el pasado y el presente cada tercer fin de semana de enero.

Este año, la celebración comenzará el 17 de enero con el repique de campanas, marcando el inicio de esta serie de rituales. Para los que deseen ser parte de este legado, Zautla abre sus puertas a quienes quieran disfrutar de una tradición viva. La fiesta está por comenzar, y con ella, la oportunidad de vivir, sentir y recordar la esencia de un pueblo que, a pesar del paso del tiempo, danza al ritmo de sus ancestros.

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