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El dulce combate de Ñuñu

El apicultor oaxaqueño que desafía la crisis de la miel con hidromiel

♦ Yolanda Peach | Leche con tuna

Juan Carlos Pérez Cruz no ideó convertirse en fabricante de bebidas. Solo quería salvar a sus abejas.

Cuando la miel dejó de valer lo que pesa, y las colmenas comenzaron a morir de hambre, entendió que resistir significaba transformarse. Así nació Ñuñu, una hidromiel elaborada con raíces oaxaqueñas, con frutas locales y la convicción feroz que el campo merece dignidad, y la miel, respeto.

El ocaso dorado de la miel

La miel, una joya agrícola de Oaxaca, enfrenta la tormenta amarga de precios irrisorios, adulteración masiva, cambio climático, deforestación y desinterés institucional. Juan Carlos no lo comenta con rabia, acusa con la gravedad serena del que sobrevivió.

“Llevamos dos años con precios muy bajos. El kilo llegó a estar en 25 o 30 pesos. Con eso no sacas ni los costos de producción”, lamenta.

Llevan décadas de proliferar en el mercado las mieles falsas, que son jarabes de maíz de alta fructuosa con colorantes y saborizantes. “Una miel falsa jamás se va a cristalizar”, explica Juan Carlos, mientras en sus manos reposa una muestra espesa y opaca de miel multiflora que acaba de salir del tanque de sedimentación.

Más allá del mercado, explica, el entorno también cambia. En la Cuenca del Papaloapan, cada año hay menos zonas de pecoreo: la selva retrocede ante el machete, el fuego y el ganado. “La mancha urbana avanza. Se deforesta para sembrar, para pastar, sin pensar que las abejas pierden su sustento”.

En paralelo, apicultores de otras regiones, como Veracruz, llegan en busca de floraciones. Aumenta la competencia por los escasos recursos.

La miel, antes símbolo de abundancia, actualmente es el espejo de un campo empobrecido y desvalorizado.

Oaxaca ocupa el quinto lugar a nivel nacional en producción de miel, con más de 3 mil apicultores registrados y alrededor de 108 mil colmenas.

Sin embargo, los retos no cesan. En la Cuenca del Papaloapan, por ejemplo, la pérdida de hasta el 70 por ciento de la producción de miel es una realidad palpable.

Las abejas, además de producir miel, son responsables del 35 por ciento de los alimentos que llegan a nuestra mesa. Sin ellas, la agricultura global colapsaría.

Ñuñu: la apuesta por la raíz

“Ñuñu significa abeja en mixteco”, detalla Juan Carlos. El nombre de su marca honra a sus padres, originarios de la Mixteca, y a las abejas que alimentan a su familia.

“Lo que hacemos, lo hacemos como si fuera para nuestros hijos, para nosotros mismos. Con respeto, con amor, con raíces”.

Frente a un panorama desolador, Juan Carlos decidió no abandonar. Transformó la adversidad en fermentación. Literal.

“La crisis de la miel nos empujó a buscar un subproducto, algo que le diera valor a nuestro esfuerzo. Así nació la idea del hidromiel”.

La hidromiel —una bebida alcohólica fermentada con agua, miel y levadura— no es nueva. Hay vestigios de su existencia en China, Roma, Grecia, Escandinavia… y en Mesoamérica, donde los mayas preparaban una variante ceremonial con miel de melipona y corteza de bache. Juan Carlos la retoma con un toque oaxaqueño.

“Usamos frutas locales como guaya, manzana tapantepec, café, frambuesa de montaña, jengibre… Todo de productores de nuestro estado”, agrega orgulloso.

Comenzó modestamente con apenas 40 colmenas, pero hoy ya cuentan con 350. En este tiempo, su hidromiel logró reconocimiento nacional, obtuvo medallas en concursos especializados y abriendo nuevas puertas para un futuro prometedor.

De los Valles a la Chinantla

La miel con la que Ñuñu elabora sus hidromieles no es cualquier miel. Es fruto de un manejo riguroso y artesanal, que va desde la trashumancia —el traslado de colmenas según la floración— hasta una extracción cuidadosa que evita el estrés de las abejas.

En diciembre, las colmenas se trasladan de los Valles Centrales a la Chinantla, en busca de floraciones silvestres. De abril a junio se cosecha la miel multiflora, y en noviembre comienza la producción de la joya de la casa: la miel mantequilla de acahual, una miel monofloral de alta calidad, cristalizada de forma natural, base ideal para sus hidromieles.

“El 90 por ciento de nuestras hidromieles las hacemos con miel mantequilla. Nos da notas suaves, florales, y fermenta muy bien”, cuenta.

La hidromiel que conquistó Polonia

El resultado no tardó en hablar por sí solo. En 2025, Juan Carlos decidió enviar sus creaciones a la Copa Mundial de Hidromiel en Polonia, una de las competencias más exigentes del planeta, con participantes de 85 países.

“Mandamos tres. Las tres superaron los 80 puntos. La de guaya ganó medalla de bronce con 99 de 100. Nos dijeron que era una hidromiel perfecta”, destacaron también sus variantes de manzana-pericón y café.

Hace solo unos años, con tan solo 40 colmenas, su producción apenas llegaba a los 200 litros de miel al año. Ahora, las colmenas multiplicadas y la hidromiel premiada en competiciones internacionales, son testamento de su arduo trabajo.

En un país sin tradición hidromielera, sin apoyo gubernamental, y sin gran infraestructura, el logro es monumental.

Detrás de cada botella de Ñuñu está también el campesino de Jamiltepec que cosecha guayas, la señora de la Costa que cultiva jamaica, el joven de Etla que cuida árboles de manzana, y un enjambre de abejas oaxaqueñas que polinizan la vida.

“No es solo una bebida. Es una cadena de valor que respeta a todos los que participan”, resume Juan Carlos.

Más que vino, más que miel

La hidromiel no es una moda para Ñuñu, es un manifiesto.

“El hidromiel es la forma en que las nuevas generaciones se acercan a la miel. La gente no la consume tanto, pero cuando prueba una copa, se sorprende. Cambiamos el hábito de consumo, educamos el paladar, rescatamos lo nuestro”.

Y lo hacen sin atajos. Fermentaciones naturales de 15 a 30 días, clarificaciones en frío, sin colorantes ni químicos. “Lo hacemos con ingredientes reales, con frutas oaxaqueñas, y con respeto al proceso”.

En tiempos donde lo artesanal se disfraza y lo natural se industrializa, Ñuñu es una revolución silenciosa, burbujeante, que fermenta desde abajo. Y demuestra que sí se puede transformar la crisis en oportunidad, el abandono en orgullo, y la miel en esperanza.

“Cada copa de hidromiel que se sirve, es una historia que se rescata”.

Juan Carlos no pretende cambiar el mundo. Solo quiere que el mundo pruebe lo que su tierra, sus abejas y su trabajo han creado.

“Y si al probarlo, alguien se pregunta de dónde viene, ya ganamos. Porque eso significa que lo valora, y cuando alguien valora lo que tiene, lo cuida. Ese es el verdadero triunfo», afirma, con la certeza de que su misión va más allá de las medallas o los premios: es un legado que se construye, gota a gota, en cada botella de hidromiel.

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