♦ Yolanda Peach | Leche con tuna
A pocos días de su celebración, la Séptima Muestra Gastronómica de San Andrés Copala estuvo al borde de ser cancelada. Las voces que cuestionaban el manejo de recursos y la falta de apoyo se alzaron como un viento helado que amenazó con borrar el esfuerzo de meses.
Sin embargo, como todo acto de resistencia, la comunidad escolar encontró una forma de seguir adelante, se unieron corazones y manos dispuestas a salvar la cultura de su pueblo.
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La tarde del evento, el sol brillaba en lo alto y los asistentes caminaban al ritmo de una calenda que serpenteaba por sus calles. Los estudiantes de la Escuela Secundaria Técnica 241 marcharon al compás de dos bandas de música, sus rostros iluminados por la energía juvenil y el orgullo de representar a su comunidad.
“Este evento no es solo para nosotros. Es parte de todo el pueblo”, aseveró con firmeza Guadalupe Jiménez Neri, director de la escuela, mientras caminaba en la calenda, cuya música llamaba a los vecinos a participar. “Es nuestra forma de mantener viva la cultura”, añadió, con la mirada, que, aunque cansada, brillaba de emoción.
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El camino para llegar hasta aquí no fue fácil. “La cuestión económica siempre es el reto más grande”, confió Marco Antonio Cruz Dionicio, presidente del Comité de Padres de Familia, mientras su rostro reflejaba preocupación al mismo tiempo que el alivio de ver el evento en marcha.
“Logística, ingredientes, todo cuesta”. Otros padres de familia, revelaron que este año, incluso algún miembro del comité de festejos puso en duda el apoyo. Cuestionó si estaban haciendo un negocio. “Sabemos que esto es mucho más grande. No es solo la feria gastronómica. Es parte de nuestra identidad».
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Una identidad que no se limita a los platillos, sino a la historia, a la memoria colectiva, a los sacrificios y a la esperanza. “Lo más importante es que la comunidad se unió”, dijo Evencio Martínez Silva, el agente municipal, mientras observaba el bullicio alrededor. “Todos sabemos lo que significa esta feria. Es nuestra forma de conectar con el pasado, de enseñar a los jóvenes a valorar lo que somos”.
Al llegar a la explanada municipal, esperaban las madres y padres de familia. Las tortillas, hechas a mano, se cocían con la misma destreza con la que generaciones de mujeres han preservado esta tradición.
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Las tostadas de corozo, el queso fresco, desbordaban el sabor ancestral del pueblo. “Este es el esfuerzo de muchas manos”, comentó el director de la secundaria al observar las mesas llenas de delicias. Bebidas como el tepache de piña, el pozol y el naranjate.
“Como siempre les decimos a los que acuden, esto no es para llenar, es para que prueben, para que conozcan el sabor de nuestra historia. Lo que ofrecemos es una muestra, no un festín”.
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El aroma del chorizo y tasajo asado se mezclaba con el de las salsas, que traían consigo el picor de la tierra y el legado de la comunidad: la salsa de ticulute, la segueza de hierba santa, el espesado de chepil, las guías de calabaza con chepil y chochoyotes.
También se ofrecían empanadas de cocolmeca, el amarillo de nanacates, la salsa de chicatanas y, como un toque singular, la salsa de panal, que hacía las delicias de quienes la probaban.
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“Es increíble cómo algo que parece tan simple puede tener tanto significado. Estos sabores son parte de lo que somos, de lo que nos hace únicos”, admitió Estrella Pinacho López, alumna de tercer año.
Otros alumnos no paraban de reír: “A mí me gustó más el naranjate”, “a mi más el tepache de piña”, “a mí más el pozol”.
Las abuelas, sentadas al frente, observaban con orgullo mientras los asistentes se deleitaban con los platillos y bebidas.
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“Abuelitas, florecitas de Copala, nuestras niñas hermosas, gracias por acompañarnos esta tarde, este es un homenaje a ustedes, a sus saberes, a sus sabores, y a esas manos mágicas que nos han deleitado” había dicho Guadalupe Jiménez Neri al dirigirse a ellas.
Las abuelas, con los ojos húmedos, asentían con una sonrisa, como si finalmente el esfuerzo de toda una vida estuviera siendo reconocido.
Las bebidas también jugaron un papel crucial en la muestra. Atole blanco, tepache de maíz, champurrado, el cocol, y por supuesto, el atole de ajonjolí, dieron frescura y consuelo a los visitantes en un evento cargado de historia.
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Y no podían faltar los postres: el jamoncillo de coco, el dulce de camote, el dulce de papaya, y la alegría de ajonjolí, que cerraron el banquete con un toque de dulzura que trascendió el paladar.
“La muestra gastronómica significa para mí, para nuestra comunidad, el rescate de nuestra tradición, de nuestra cultura de nuestros antepasados, de generaciones hace más de 100 años, que al pasar de los años se ha venido perdiendo, pero gracias a las señoras cocineras de más edad las nuevas generaciones volvemos a retomar estas recetas y ahora ya forman parte de nuestra mesa diaria”, comentó Evencio Martínez Silva, agente municipal.
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Como padre de familia es muy importante, porque nos ayuda a que nuestros jóvenes conozcan su origen, vayan creando una identidad y que a través de la muestra gastronómica aprendan a querer a San Andrés Copala, aprendan a querer a su pueblo y el día de mañana ellos sigan adelante con nuestras costumbres y tradiciones, y San Andrés Copala siempre preserve sus conocimientos y saberes ancestrales”, abundó Marco Antonio Cruz Donicio.
San Andrés Copala, un pequeño pueblo que se encuentra a tan solo 6.9 kilómetros de Puerto Escondido, una población de tan solo 245 viviendas habitadas y con 50 alumnos en secundaria, ha demostrado que, aunque los números sean pequeños, su identidad y sus tradiciones son enormes.
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Y así, en una noche llena de música, baile y el sabor inconfundible de los platillos tradicionales, la Séptima Muestra Gastronómica de San Andrés Copala cerró sus puertas, pero no su mensaje: la cultura y la identidad de un pueblo son invaluables, y, a pesar de los obstáculos, la resistencia de la comunidad es más fuerte que cualquier desafío.
“No se puede decir que no nos importa la cultura, la cultura es la esencia de nosotros, sin cultura no somos nada, no somos nadie”, remató Guadalupe Jiménez Neri con firmeza.
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Muchos no pudieron resistirse y repitieron, volvieron por otra pruebita de esos deliciosos platillos, porque estaban tan ricos que el sabor los invitaba a disfrutar una vez lo que quizá solo saborean una vez al año en esta festividad.
Al finalizar la muestra gastronómica, cuando todos ya se habían deleitado con los platillos, bebidas y postres, la festividad continuó con bailes tradicionales de la región.
Parecía un duelo la intervención de las bandas de música, y en un acto de camaradería, al finalizar, los maestros tomaron la iniciativa y se unieron al baile, invitando a los asistentes a participar.
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Se creó un ambiente cálido y hermoso, donde la comunidad se unió para compartir su cultura culinaria, y, sobre todo, para celebrar, de manera alegre y espontánea, lo que los une como pueblo.
En San Andrés Copala, la lucha por preservar la cultura no cesa. Entre risas, bailes y el sabor de la historia, el pueblo tiene la esperanza de que sus raíces nunca se pierdan.