Las bodas tradicionales de Oaxaca son únicas, conservan elementos heredados de los antepasados prehispánicos y otros añadidos con la época colonial.
Se trata de uno de los acontecimientos más importantes en la mayoría de las comunidades que han logrado conservar sus rituales, con mayor peso si los dos contrayentes son originarios del lugar.
Cada región conserva sus propias particularidades, como en San Marcos Arteaga, un escenario nutrido de tradiciones, gastronomía y cultura.
Una ceremonia en la que participa la comunidad, ya que no se necesita pedir ayuda, los pobladores a los que les nace ayudar, llegarán temprano para los preparativos.
Asistimos a la boda de Rufino Alejandro Solana Corro y Yereli Loyola Cisneros, un joven muy creativo e intrépido, que ha logrado difundir la belleza de su pueblo.
Su mamá, doña Silvia Corro Barragán, es de las más queridas en el pueblo, ya que es ella la encargada de los rezos cuando hay algún difunto y quien acompaña a la familia al panteón.
En correspondencia al cariño de la familia, llegaron varias personas para ayudar, tanto vecinos, como amigos y familiares.
La costumbre es que, antes de empezar con los preparativos, se les ofrece un desayuno.
Lo primero es un rico chocolate calientito preparado al momento que acompañan con el pan que ha hecho famoso a San Marcos Arteaga.
Enseguida se pasa un pozole Mixteco, que, en esta comunidad, lleva el toque de la yerba santa.
Al terminar se dividen las labores: algunos colocan las mesas, otros las arreglan y unos más se dedican a la decoración.
En esta ocasión, don Bermundo Cisneros Castillo, el papá de la novia, se encargó personalmente de armar arreglos frutales para los invitados. Una sandía que rellenó con frutos de temporada.
Primero cortó la sandía de tal forma que pareciera una canasta, con su asa para llevar y le sacó el fruto, que picó en cuadritos. También picó melón, piña y mango. Lavó y desinfectó fresas y uvas, para después acomodar, en forma casi artística, todas las frutas en este cesto natural.
La labor de las mujeres en la cocina es la más preciada. Ninguna de ellas cobra por su labor.
Entre todas se coordinan para guisar los platillos que se servirán después de la ceremonia.
Gabina Guzmán, una de las cocineras más reconocidas, se encargó del platillo principal: el mole negro.
La preparación la inició días antes que empezó a desvenar los chiles que ocuparía, el tostado de los ingredientes, ir al molino y después, llevar al fuego todo y removerlo hasta lograr la pasta que se utilizaría el día de la fiesta.
Esa tarde, las cocineras que llegaron a ayudar, empezaron por lavar y cortar el pollo, que pusieron a cocer en agua con cebolla, ajo y especies para después utilizar el caldo para el arroz.
Improvisaron, con ladrillos y tinas de metal, su cocina a la leña para cocinar todo lo que se ofrecería en la comida.
Unas cortaban las papas ya cocidas, otra más ponía a cocer la pasta para el espagueti,
Hasta jóvenes ayudaron para lavar los tomates y después molerlos para la salsa que serviría de base en el chileajo rojo, el miltomate para el chileajo verde.
Otros se aprestaban a acomodar las mesas y las sillas, poner el mantel y la loza, mientras algunos más, se dedicaban, con esmero, en hacer arreglos florales, colocaban flor por flor en molcajetes u ollas de barro que se utilizarían como centro de mesa.
Se preparó también agua fresca de varios sabores: tamarindo, horchata, jamaica, naranja.
Ya con la carne de pollo cocida, se limpió la piel para que quedara lista para servir en el plato.
Con el tiempo contado, algunos regresaron a sus casas para arreglarse para la fiesta.
Yareli entró del brazo de su padre, a lado de su mamá y con un mariachi atrás que anunciaba su llegada. El paso de los novios fue revestido con pétalos de flores mientras los asistentes aplaudían.
Ante el juez ofrecieron sus votos de amor y fidelidad. “Prometo amarte, apoyarte y respetarte”, anunció Rufino. “Me comprometo a amarte, a comprenderte, a tratar de ser paciente y siempre ser tu mejor amiga”, respondió ella.
“El matrimonio es perfecto y legítimo. Lo ratificaron y firmaron en unión del suscrito” sentenció el juez, quien le dijo a Rufino que ya podía besar a su esposa.
La fiesta se realizó como si se tratara de una gran familia, ya que todos los asistentes pasaron a la mesa donde estaban los guisos para que les sirvieran la comida.
Tortitas de camarón, arroz, frijoles, espagueti, mole negro, chileajo rojo, chileajo verde, tortillas y totopos.
En una fila ordenada, pasaban con su plato y elegían qué degustarían. Algunos prefirieron un platillo principal y otros, un poquito de cada uno de los que se prepararon.
Al terminar el banquete siguió el baile, con la banda tradicional del pueblo para festejar con alegría este nuevo matrimonio. Se hicieron las mesas a un lado para poder hacer más grande la pista.
En medio del baile llegó un pastel de cuatro pisos adornado con flores naturales, pero la fiesta seguía.
“Cuando tú estás conmigo. Es cuando yo digo que valió la pena todo, todo lo que yo he sufrido. No sé si es un sueño aún o es una realidad, pero cuando estoy contigo es cuando digo que este amor que siento es porque tú lo has merecido”.
Abrázame muy fuerte, de Juan Gabriel, fue la melodía elegida por los novios para su primer baile, y después, todos los invitados los rodearon para continuar la fiesta.
Una boda que no sólo rinde tributo al amor entre Yareli y Rufino, sino a toda la dimensión del amor, desde el compartir de las cocineras tradicionales, el dar sin esperar de los que llegaron a ayudar, hasta el respetar las costumbres que hacen grande a San Marcos Arteaga. ¡Muchísimas felicidades!