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Un canto a la pasión en la voz del chef Quetzalcóatl Zurita

Yolanda Peach | Leche con tuna

En los recovecos de la memoria culinaria mexicana, hay nombres que resplandecen con la luz de la pasión y la resiliencia. Uno de esos nombres es Quetzalcóatl Zurita, cuya historia evoca el legado ancestral y la innovación culinaria

Desde las montañas de Oaxaca hasta las mesas de su restaurante en Puerto Escondido, el chef Quetzalcóatl ha trazado un camino marcado por el compromiso con la excelencia y el profundo respeto por sus raíces.

“Cocinar para mí siempre ha sido una forma de ir hacia adentro otra vez, de tener un viaje conmigo mismo, de disfrutar lo que estoy haciendo en el momento”.

Nacido en la comunidad de Santos Reyes Nopala, encontró su inspiración en los aromas y sabores de la cocina de su nana, doña Áurea Santiago.

A temprana edad se sumergió en el arte de cocinar, ayudando a su abuela en la cocina y absorbiendo cada lección con avidez. Fue este vínculo con la tradición culinaria lo que lo llevó a bautizar su restaurante, Almoraduz, en honor a una de las hierbas favoritas de su infancia.

«Desde pequeño, mi nana Áurea me llevaba de la mano hacia el fogón, y ahí, entre aromas de maíz y chiles, nació mi amor por la cocina», comparte con una chispa de nostalgia en sus ojos. «Cada taquito de machitos que me daban mientras esperábamos las pláticas entre señoras, era un bocado de inspiración que se quedó grabado en mi alma para siempre».

Su viaje hacia la cima de la gastronomía mexicana comenzó en el Instituto Culinario de México en Puebla, donde se sumergió en un mar de conocimientos y técnicas culinarias.

El camino hacia el éxito no estuvo exento de obstáculos. «Hubo momentos difíciles, sí, momentos en los que parecía que el sueño se desvanecía entre mis manos», confiesa con sinceridad. «Pero nunca perdí la fe, nunca dejé de creer en mí mismo y en mi visión. Cada obstáculo era una oportunidad para crecer, para aprender, para reinventarme».

Recuerda los primeros días, cuando comenzaron con recursos limitados y una cocina improvisada en su hogar. Con perseverancia y creatividad, junto con Shalxaly, su pareja y socia, superaron cada obstáculo, construyendo paso a paso el restaurante de sus sueños. Desde la estufa de casa hasta una cocina profesional, cada etapa fue un testimonio de su determinación y visión.

La apertura de Almoraduz en 2013 fue el punto culminante de años de trabajo arduo y dedicación. “Los últimos diez años han sido una trayectoria, un carrusel, subidas, bajadas, una historia muy bonita que he compartido a lado de Shalxaly, momentos de euforia, momentos de risa, momentos de llanto, momentos de lucha”.

Con una propuesta gastronómica que fusiona lo mejor de la cocina oaxaqueña con técnicas contemporáneas, el restaurante se convirtió en un referente de la escena culinaria local. Su dedicación y talento no pasaron desapercibidos, y pronto Almoraduz fue recomendado por The New York Times y reconocido en la Guía México Gastronómico.

La verdadera prueba llegó con la pandemia de COVID-19, que sacudió los cimientos de la industria restaurantera, “de verdad fue un reto y más que verlo como una situación adversa se vuelve una situación de mucho aprendizaje y experiencia, que ahora nos podemos reír, después, con más calma, con más serenidad”.

“No solamente hay un aprendizaje culinario, sino un desarrollo humano, ahora me permite crear a través del equipo de trabajo, no todo reside de manera egocéntrica como chef, sino darle la oportunidad a las personas que vienen creciendo (…) acá no hay secretos, no hay cosas que yo no quiera compartir, al contrario, es abrirse a la totalidad y desde ahí compartir”.

Para Quetzalcóatl, cocinar va más allá de preparar alimentos; es un acto de amor y conexión. Su cocina es un reflejo de su viaje personal, un camino de autodescubrimiento y crecimiento. Hoy, mientras reflexiona sobre su trayectoria, Quetzalcóatl comparte su sabiduría con las nuevas generaciones, alentándolas a seguir su intuición y perseguir sus sueños con pasión y determinación.

“Agradezco a ese Quetzalcóatl que siempre fue un luchador empedernido por hacer algo distinto, que en este momento me ha dado muchos frutos y me ha puesto en situaciones de generar conciencia, saber dónde estoy parado, qué es lo que estoy comiendo, qué es lo que estoy sirviendo, cómo estoy trabajando con mi equipo, qué estamos haciendo de manera colectiva, hacia donde quiero ir y cómo quiero seguir creciendo”.

Al final del día, Quetzalcóatl no busca reconocimiento o fama; su mayor satisfacción es disfrutar cada momento y compartir su amor por la vida. “¿Cómo me gustaría ser recordado? es algo muy interesante que ha cambiado a través de los años, hace algunos ayeres me hubiera gustado ser recordado por dejar un legado por mi conocimiento en el tema culinario, por este trabajo de entrega hacia la cocina, ahora, quiero ser recordado como alguien que disfruta la vida, eso de generar títulos, de generar reconocimientos, de generar alguna situación que tiene que ver con ser alguien no me interesa, ahora me gusta vivir la vida, disfrutar lo que hago”.

Su legado no será solo su habilidad en la cocina, sino su espíritu indomable y su compromiso con la autenticidad y la generosidad. En un mundo que a menudo parece estar dominado por la búsqueda del éxito, Quetzalcóatl nos recuerda la importancia de vivir con pasión y gratitud, dejando una huella de amor y alegría en cada plato que prepara.

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