♦ Yolanda Peach | Leche con tuna
Fuego, tierra, agua y maíz. El arte de transformar algún elemento de la naturaleza para construir hermosas piezas, principalmente utensilios de cocina, son secretos que conservan intactos en Tierra Caliente, Tamazulapan del Espíritu Santo, Mixe.
Un pequeño oasis en Oaxaca donde pareciera que el tiempo sigue intacto. El vidrio, aluminio, hojalata y plástico, materiales más baratos que llegaron a suplir el barro no los condenaron.
El respeto a la madre tierra y el fervor a todo lo que nos ofrece, lo llevan en su ADN. Dar y agradecer a la naturaleza es su esencia.
Los mixes son esa región de los jamás conquistados, los que, pese a la invasión española, las guerras de Independencia y la Revolución Mexicana, la modernidad y el uso de la más reciente tecnología, conservan sus costumbres y tradiciones a salvo.
Nos permitieron entrar en el latir del oficio. Doña Olivia Franco Rosas y su familia compartieron con nosotros, no sólo sobre esta herencia, sino alimentos, historia, tradición y oficio.
Casada con don Máximo Tomás Marín, formó una familia con nueve hijos. Su mamá Rosa Martha, al igual que su abuela Virginia, eran alfareras, pero aprendió de su suegra Isabela Josefa, ya que se casó muy pequeña.
“Es un orgullo haber aprendido y haber nacido en esta cuna”, admite.
Inició el aprendizaje a los 7 años, a esa edad les enseñan a hacer piezas, entre los 12 y 13 ya empiezan a vender las primeras y a los 18, se dedican por completo a esa actividad.
Sus hijas Rebeca, Honorina, Eloída y María Cristina nos acompañan en este recorrido.
Nos llevaron al rancho, la veta, donde fuimos testigos del trabajo y la extracción del material.
Caminamos entre las milpas, un elemento importante que es sinónimo de vida.
De ahí nos llevaron al taller. Utilizan el elote como herramienta principal para el moldeado, hojas de guayaba para definir bordes. Sus manos entretejen un diálogo entre el paisaje y la historia.
Sus técnicas, está de más escribirlo, son ancestrales, al igual que las formas de los utensilios.
Como el zapato, que se mete dentro del comal para conservar el calor del fuego mientras se utiliza para otra actividad.
Las jarras para el café, las redondas para el caldo, el platón para el machucado mixe.
La olla para fermentar el tepache, por ejemplo, lleva signos que representan el rayo, el trueno, la cruz.
“Es un conocimiento que no cualquier lo tiene, no cualquiera tiene el don para poder expresar en cada pieza una emoción, como la alegría o la tristeza”
Es un orgullo, repite, conservar las técnicas ancestrales para elaborar las piezas de barro y conservarlas.
Una vez elaboradas las piezas, se encierran entre ramos, pedazos de madera que se encienden. Un horno ancestral, cuya elaboración respetan.
Agradecen, en cada uno de sus actos, a la madre naturaleza, ante todo, el líquido que representa una petición al mismo tiempo, para que les dé salud, vida, hogar, bienestar.
“Al regar este líquido sagrado se pide vida, salud, economía y trabajo”, nos confía, mientras agrega que, a inicio de año, se realiza un ritual para hacer esas peticiones.
“Que haya más producción, que la cocción salga bien, que no se ropa, se pide fuerza para uno mismo para estar sano, que no haya cansancio excesivo”.
Anteriormente, dice, se llevaba un mezcalito, un tepache a la veta, para pedirle a la madre, “ante todo primero era un mezcal en agradecimiento”.
Se agradece en la recolección, en la veta, en la quema, siempre, siempre dando gracias a la madre naturaleza.