Antes de cocinar Juana Amaya preparó su alma y su espíritu, ofrece el amor y entrega para preservar y conservar la cocina ancestral oaxaqueña, una gama de sentimientos que logra transmitir en sus platillos para que sus comensales se deleiten con cada bocado,
“Me enseñaron a amar la cocina, a amar el producto, a amar lo que estás haciendo”.
Su vida está centrada en el amor, la situación precaria de su familia la obligaron a aprender las labores del hogar, desde niña, aprendió a cocinar de la mano de su abuela paterna.
Creció en una vivienda con cerca de carrizo, la arquitectura tradicional de los pueblos, un jacal de zacate de caña para la cocina y otro de habitación, dormían en petates.
Supo de guisos sin carne, los tradicionales de la gente humilde, como la segueza, el chichilo, el verde, el espesado de guías, el amarillo.
“El platillo que más me representa es el mole de amarillo. Uno de los primeros que aprendí a cocinar, es una comida muy sencilla, tiene un sabor muy rico. Me recuerda mi niñez, los nanacates que hay que juntar en el campo concretamente para esa comida”.
Acompañaba a su papá al campo, ahí conoció de los frutos y las hierba, después, éste emigró a Estados Unidos, pero el dinero que enviaba lo ahorraban, entonces se iba con su mamá a vender a las plazas.
Con 10 hermanos, es ejemplo de perseverancia, trabajó desde chica, se casó joven y se graduó como abogada, fue Ministerio Público.
Renunció al servicio público para cuidar a su mamá, es ahí donde abrió una pequeña fonda. Así nació Mi tierra linda, en Zimatlán de Álvarez. Es la época en que su hijo más pequeño, el tercero, estudiaba Gastronomía.
Ovidio, su hijo, comenzó a promover su cocina, pronto tuvo jóvenes estudiantes que querían aprender de la sabiduría milenaria en la cocina, “me recordarán bien, soy una cocinera que lo da todo, que abre sus manos para recibir, comparto mis recetas, abro mis brazos y mi corazón”.
Una primera experiencia que nunca soñó, fue la invitación a un evento del chef Carlos Coronado, “me hospedó en un hotel muy bonito, algo fuera de mis sueños, de mi mentalidad”.
Actualmente, Juana Amaya ha viajado a Europa y Estados Unidos para promover la gastronomía oaxaqueña, ha organizado y participado en muestras gastronómicas.
“Después de venir de dónde vengo, de vivir todo lo que viví, mi mayor recompensa es viajar, conocer, disfrutar de platillos diferentes, ir a restaurantes (…) probar esas delicias que hacen muchos cocineros, muchos chefs”.
La cocina, no es todo para Juana Amaya, se sabe realizada personalmente, como esposa, como madre, como hija, como suegra, “tengo 65 años, siento que me he realizado en todas las áreas de mi vida, lo que venga de ahora en adelante, es ganancia”.
Como cocinera, su misión es seguir difundiendo “mis raíces, mi origen, mi identidad, que son cada uno de los platillos que yo elaboro”
Su hijo Ovidio abrió su propio restaurante Rosita de cacao en el mítico barrio de Jalatlaco donde también tiene su cocina de humo y Juana recibe a sus invitados.
La experiencia le ha enseñado a disfrutar el presente, “tengo por hábito iniciar un día lleno de ilusiones, de proyectos, de mejorar el ayer, no detenerme a pensar en el pasado, cada día es un camino nuevo por recorrer y nuevas metas que realizar”.