♦ Yolanda Peach | Leche con tuna
Hay sonidos sin traducción. El chisporroteo de la masa al tocar el comal encendido es uno de ellos. Es un idioma que habla de origen, de rutina, de casa. Y es justo ese lenguaje el que guía todo lo que sucede en Antojitos Regionales Las Juquileñas, un pequeño comedor en Puerto Escondido donde el comal es el protagonista.
Víctor Ricárdez creció con la certeza de que el día comenzaba cuando su madre prendía el comal. Antes de los cuadernos, antes del uniforme escolar, estaban las quesadillas preparadas al momento, calientes.
Años después, esa imagen se transformó en un propósito: abrir un espacio donde ese mismo ritual se compartiera con otros.
Se sirve lo que dicta la tradición: huaraches, sopes, embarradas, empanadas. Pero no cualquier empanada: la de amarillo se volvió la especialidad del lugar.
Cada pieza pasa por el comal y eso lo cambia todo. Es el sabor que da el contacto directo con el fuego, ese que no se logra con prensas eléctricas ni hornillas de acero.
“El comal me conecta con mi infancia, con las reuniones familiares, con esos días en el rancho durante el Día de Muertos”, dice Víctor. Las tortillas recién infladas, el humo del comal al aire libre, la comida como excusa para estar juntos.
Esa intención se siente al sentarse en una de las mesas de Las Juquileñas. Hay sazón, hay tortillas calientitas y hay gente que cocina como si lo hiciera para su propia familia.
Es lo que mantiene a este lugar con una clientela fiel, tanto local como foránea.
“Queremos que la gente se sienta cómoda, tranquila. Que vivan ese momento de paz que da comer algo recién preparado, como en casa”.
Las Juquileñas promete que encontrarás autenticidad. Y la cumple desde que se prende el comal cada mañana.
