♦ Yolanda Peach | Leche con tuna
El panorama gastronómico de Oaxaca, históricamente marcado por el maíz y el mezcal, comienza a dar espacio al vino como parte de su oferta.
Apuesta por el diálogo y la integración. Su punto de partida es la creatividad visual, la mirada de jóvenes diseñadores y el objetivo de cuestionar sus propios códigos.
Este lunes se presentó la Convocatoria de Diseño de Cartel FEVO 2025, un concurso que marca el arranque simbólico de la edición número doce del Festival del Vino en Oaxaca.
Lo que está en juego es algo mayor: el lugar del vino en una ciudad donde la cocina es una forma de identidad.
“El vino también puede tener alma oaxaqueña”, pareció decir cada intervención durante la rueda de prensa. No con esa frase exacta, pero con todo lo que la rodeaba: el deseo de vincular a los artistas visuales locales con el universo enológico; generar una conversación donde el mole se encuentre con un espumoso sin culpa; romper la barrera invisible que asocia al vino con la élite, con lo académico, con lo inaccesible.
Democratizar el vino fue el concepto clave. En voz del propio Gerardo Reyes, director del FEVO, se habló de abrir las bodegas, de invitar etiquetas de otros países, pero también de fomentar el criterio propio en los consumidores. Dejar de temerle al vino como si fuera un examen. Beberlo como parte de una cultura cotidiana, mestiza.
“Oaxaca tiene una riqueza gastronómica impresionante. Y no todo es mezcal. El vino encontró su lugar, y marida con lo que somos”, abundó Adán Paredes, ceramista y miembro del jurado.
La convocatoria está abierta para personas oaxaqueñas mayores de 18 años. El cartel ganador será la imagen oficial del festival. En el fondo, la propuesta va más allá del diseño gráfico: trata de invitar a la comunidad artística a imaginar cómo se ve un vino que no pretende parecer europeo, sino oaxaqueño. Un vino que puede acompañar unas chicatanas. O unas memelas.
Lo más relevante de esta nueva edición del FEVO es impulsar vínculos auténticos entre sabores, personas, oficios y territorios, promoviendo la libertad del público para explorar y experimentar sin restricciones.
Si el mezcal demostró que una bebida puede ser territorio, el vino tiene ante sí la oportunidad de seguir el camino.