Hay roles heredados que impiden ver lo extraordinario en lo cotidiano, como la cocina.
Micaela Ruiz Martínez, cocinera tradicional de San Andrés Huayápam, creció educada con esos roles. Aprender lo que se espera de una mujer de casa. Barrer, trapear, cocinar, lavar la ropa y plancharla, mantener el orden en un hogar.
Su mamá la enseña a cocinar desde niña al tiempo que le da la responsabilidad de darle de comer a sus hermanos, “se suma la necesidad de comer, me dedico a cocinar para ellos (…) primero comer y después aprender más”.
Empezó con lo básico: huevos en todas sus presentaciones hasta llegar a preparar mole, un platillo de ardua y compleja preparación, que es, además, emblemático para Micaela
El mole representa a su familia, a su madre, “representa todo. Mi madre es un pilar muy importante para mí. Ella es cocinera innata, no aprendió en ningún lugar, ha sido cocinera y la contrataban para cocineras, ella es, más que nada, mi maestra”.
A pesar de que reconoce que el mole es muy laborioso, “lleva muchos ingredientes y muchos días para prepararlo”, es el platillo que más disfruta preparar.
No puede faltar el tejate. Esa bebida que los identifica como pueblo, “es nuestra bandera, el tejate lo hemos llevado a conocer a todo el mundo, la base es la rosita de cacao y de ahí salen infinidad de productos, como el nicuatole, galletas, tamal”.
Cocinar, para Micaela, se volvió una forma de demostrar su amor, “para mí significa dar un poco de uno mismo, en la cocina uno refleja lo que siente, es dar amor a los demás”.
Su esposo, ingeniero agrónomo, se dedicaba a hacer proyectos a los cafetaleros. Eso los llevó a involucrarse en el ramo, “tenemos una finca de café, un pequeño ranchito. Nos gusta tomar café, empezamos primero a tostarlo en el comal y vendíamos el café, después compramos un tostador”.
Llegó un punto en el que lo empezaron a exportar a Estados Unidos y Canadá. Le vendían el café a un americano. Cuando éste fallece, empiezan a vender a sus clientes locales, en dependencias de gobierno y a vecinos, “acá lo tostamos, molemos y lo ofrecemos, ya sea en bebida o envasado”.
Su marca es Luz de Luna.
En 2012 empieza a vender tacos de cabeza y consomé de res, después metió empanadas y memelitas, así nace Luz de Luna, el restaurante, por la misma demanda de los clientes, “quisimos relacionar el café para que los clientes que teníamos, vinieran a probar nuestra comida”.
Al inicio sólo vendían los domingos, empiezan a crecer poco a poco y ampliar los días, hasta volverse algo más sólido.
Prepara lo tradicional del pueblo, como el mole, coloradito, estofado, chichilo, segueza, espinazo en hoja santa, barbacoa de res y la receta de familia, la costilla en salsa de hormiga.
Sus insumos los compra en el mercado y con productores de la región, tiene un proveedor de setas en el pueblo, quien cultiva en forma orgánica lechugas, rábanos, aguacate; de temporada, nísperos, ciruela, “todo lo que podamos consumir localmente lo compramos acá”.
Resalta que las comidas son muy sanas. Nada envasado ni con conservadores, incluso el queso manchego es de la zona, artesanal. Lo ocupa para las enchiladas suizas y otros platillos, “es un queso muy rico, no es como el que compras en la tienda, da mejor sabor y al mismo tiempo beneficiamos a nuestra misma gente”.
Confiesa que nunca imaginó que lo que hacía tan cotidianamente fuera a trascender. Actualmente aparece en primer lugar en las búsquedas de comida en Huayápam, en las páginas especializadas en gastronomía y turismo.
“Los comensales vienen y preguntan por mí, piden conocerme. Si cambió mi vida y creo que fue para bien, estoy haciendo las cosas cómo deben hacerse. Las personas buscan la comida tradicional y es lo que sé hacer”.
Todavía no se lo cree del todo. Sólo está consciente de que las personas que han probado su comida la buscan. Nunca imaginó que, lo que preparaba con amor de forma tan habitual fuera a trascender.
