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Sueños y realidades: Álvaro Santiago Mendoza

Se trata de un jovencito que ha logrado transmitir, a través de su oferta culinaria, el amor a la vida, “la comida sabe si estás enamorado, triste o enojado”.

A sus 22 años, Álvaro Santiago Mendoza ha trabajado en restaurantes y bares emblemáticos de la ciudad de Oaxaca.

Su vida en el mundo laboral inició cuando era adolescente, a los 16 años. “Mi familia atravesaba por una etapa difícil, abandoné la escuela y comencé a trabajar”.

Hijo de un ingeniero industrial, originario de Teotongo, Tamazulápam, en la mixteca oaxaqueña y de una metafísica, originaria de Michoacán, nació en Tlalnepantla, Estado de México y desde niño vino a vivir a Oaxaca, donde creció con sus dos hermanos menores.

“Ayudaba a mi papá en su taller mecánico y me imaginaba así en el futuro, cuando era niño, pero la vida me llevó por otros caminos”.

Le dieron trabajo en una tienda de abarrotes y ahí conoció al chef de una pizzería que estaba a lado y quien continuamente acudía a comprar insumos. Se atrevió y le pidió trabajo.

“Comencé en Kamasi, primero repartiendo y después en la cocina. Elaboran lo que se llama pizza comercial”.

De ahí, comenzó a trabajar en Pisa Pizza, donde se elaboran pizzas en horno de leña. “Conocí a un chef que me enseñó mucho. Venía de EU y confió en mí (…) me repetía que la vida es difícil, pero sí no te desanimas es más fácil sobresalir”.

Siguió en Luvina, un restaurante de alta cocina en Jalatlaco. Ahí se adentró más al mundo de los chefs, incluso se dio cuenta que respetaban más a los que no venían de escuela.

Su siguiente trabajo: La Organización, que lo llevó a conocer el ambiente del café.

La vida lo hizo tomar otro rumbo. Aceptó la oferta de un tío en el Distrito Federal para retomar sus estudios y al mismo tiempo, comenzó a trabajar en su panadería.

Un día, simplemente decidió volver. Al regresar, comenzó a trabajar en Latitud 17, donde conoció a Esteban, quien venía de San Francisco y quien lo adentró en el arte del buen café, mostrándole diversas técnicas del café de barra.

Su paso por el ámbito gastronómico lo llevó a Mezquite, ahí aprendió sobre mixología.

“Aprendí de varios, como Gabriel, que venía del DF, no fue envidioso conmigo y me enseñó, así como Mónica, quien ahora está en Txalaparta, de César y Víctoria. Conocí a los bartender más peleados y me enseñaron a perfeccionar los tragos”.

Álvaro también trabajó en Nútrete, donde estuvo tanto en la barra, como en la cocina y en el área de limpieza, de ahí, siguió El Olivo Gastrobar, donde estuvo como ayudante de barra, “conocí a Rodrigo Olivo, quien incluso tiene su fábrica y su propia cerveza artesanal”.

A la par de su paso por la cocina, conoció a su joven esposa, Ana Laura, quien también incursiona en este mundo, pero avocada a la repostería, con La Mofeta, repostera.

“Cuando estaba viviendo con mi tío en el Distrito Federal vine a Oaxaca en unas vacaciones. Conocí a Ana Laura en una fiesta y comenzó nuestro noviazgo”.

Ilusionado y con muchos sueños por cumplir, se casó con ella y decidieron poner juntos Old Burguer, una cenaduría en la que vendían hamburguesas y alitas y que instalaron en un andador del Infonavit Ricardo Flores Magón; sin embargo, no dejó su labor en varios restaurantes y bares.

“Esta experiencia me ayudó a saber sobre costos, controlar los gastos (…) sin embargo, trabajar en dos lados a la vez me hizo alejarme de mi familia, así decidí recapitular y dedicarle más tiempo”.

Animado por sus conocimientos, Álvaro se atrevió a concursar en Expendio Tradición con un trago de su autoría. Ganó el quinto lugar.

Enamorado de su esposa y después de platicarlo ambos, deciden emprender un proyecto propio. Inició como juguería, después incluyeron desayunos; sin embargo, no despegó como deseaban.

Es así como después de analizar el mercado, nace Monrovia, una cafetería y pizzería ubicada en la colonia Volcanes, en la calle Mesa de Anáhuac 518.

“Poco a poco hemos ido invirtiendo, como el horno para las pizzas y el pan de las hamburguesas (…) trato de que todo sea orgánico y todo se hace al momento, no me gusta tener cosas refrigeradas”.

Siempre de la mano de su amada Ana Laura, Álvaro busca consolidar su vida en este mundo gastronómico tan competitivo.

“Sé que soy un hombre de coraje. Me gusta verme porque soy una persona fuerte y sé que valoro a las personas que están cerca, por las que doy toda mi vida”.

A su edad, le falta mucho camino por recorrer, pero ha demostrado que con perseverancia y amor se pueden alcanzar los sueños.

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