♦ Yolanda Peach | Leche con tuna
“A la tierra se le habla con respeto. Se le pide permiso. Se le ofrece gratitud”, aseveró la chef Aurora Toledo al dar inicio al ritual agrícola que organiza junto con su equipo de Zandunga, como parte de un esfuerzo por conectar la cocina con el origen real del alimento.
Antes de sembrar, entre todos construyeron el tlalmanalli, un altar con flores, hojas, semillas, velas y mezcal. Se rindió homenaje a los cuatro puntos cardinales y se ofreció una copita a la madre tierra. Cerca de ahí, en un árbol de cazahuate, se dejaron dulces. “Se dice que aquí viven duendes”, contó.
La jornada transcurrió en una parcela de Santa Cruz Etla, donde se sembró maíz, calabaza y frijol. La siembra fue dirigida por el biólogo Marín Villanueva Gutiérrez, esposo de Aurora, junto con don César, campesino local con años de experiencia en el terreno.
Entre las semillas que se colocaron en los surcos estaba una variedad de frijol que la familia del biólogo conserva durante más de 200 años, heredada de generación en generación. Una semilla mantenida por el uso continuo y el cuidado familiar.
Cada asistente recibió una bolsa con semillas. Se caminaron los surcos uno a uno, dejando el grano y se cubrían con el pie. Participaron integrantes del equipo de cocina y jóvenes que colaboran con Zandunga como parte de su servicio social.
La intención es involucrarse en el proceso desde el principio, entender de dónde viene lo que más tarde llega al plato.
Al final de la jornada, todos se sentaron a compartir un almuerzo: café, pan, huevos con chorizo, tortillas calientitas. Comida servida tras sembrar juntos. Sin discursos ni ceremonia. Solo conversación y tierra bajo las uñas.
La siembra fue una manera de reforzar una idea que a veces se pierde en la rutina: alimentar empieza en el suelo. Y conservar una semilla también es conservar una forma de vida.
