♦ Yolanda Peach | Leche con tuna
Dicen que los lugares verdaderamente buenos no necesitan presentación. A veces, el antojo insiste. Y cuando una esquina huele a tlayuda recién dorada, a empanada de flor humeante y a chocolate atole, uno entiende que hay que contarlo.
En una esquina de la colonia Reforma, justo donde Escuela Naval Militar se encuentra con Dalias, las noches no empiezan… se saborean.
Y lo hacen desde hace más de tres décadas, cuando Cenaduría Pao empezó su camino como negocio familiar, de esos que se planifican con comal caliente, manos aprendidas y ganas de alimentar bien.
Desde entonces, poco ha cambiado. No por falta de creatividad, sino porque cuando algo funciona, se respeta. Lo saben quienes saben lo que quieren —una tlayuda con tasajo, por ejemplo— y también quienes se dejan tentar por el olor a chorizo doradito o una empanada bien rellena.
Aquí, una blanda resuelve. Y la tostada de chileajo no pregunta, sorprende. Las salsas, elaboradas en molcajete, son como esos personajes secundarios que se roban la escena.
Y el chocolate atole no tiene ninguna prisa. Sabe que, si esperaste todo el día para cenar aquí, también puedes esperarlo a él, bien espeso, bien servido.
Quienes atienden saben su oficio. Es la coreografía natural del antojo despachado con cariño. Una vez te sientas, el tiempo cambia. Nadie corre. Todo llega como debe llegar: caliente, sabroso y con ese dejo de que en esta esquina la cocina sigue siendo un asunto serio.
Y aunque el mapa de los antojitos en Oaxaca es vasto, Cenaduría Pao tiene su propio idioma. Habla de permanencia. Solo buena comida, preparada como se debe.
Al salir, uno se limpia las manos, se relame el recuerdo, y camina con la certeza de estar en uno de esos lugares donde la comida es eso que reúne, consuela, y alegra sin pretensión.
Y al día siguiente, claro… se vuelve.
